...Al pie de las montañas...
Resulta que por fin todo cambió. Se acabó el metro, se acabó lo de aguantar jefas dictadoras, se acabó esperar golpes de suerte... Ahora estoy en medio de mis deseos. Lejos, muy lejos de lo que me atosigaba.
En Hoyos, ser profesora es algo grande. No hay prisa. Quiero que todo vaya lento y pueda disfrutar de cada instante con mis alumnos, valientes jovencitos que siguen viviendo una infancia que no quieren perder. Quiero ir despacito y saborear el olor de las chimeneas, el sonido de cencerros y la visión de la nieve en todas partes.
En realidad todo es distinto. De pronto aparecen Esther y Elena. Y me siento en casa. Son mi casa, y en cuanto algo me preocupa ellas lo sufren. Y cada vez que cojo el coche esperan mi señal de que todo ha ido bien. Y quiero ser para ellas tan imprescindible como ellas lo son para mí. Hemos construido algo importante, de eso que el tiempo, la distancia y el roce tienen que desgastar muy mucho para que pierda color.
El aire gélido, las calles resbaladizas, los dedos que chocan entre sí buscando, en vano, escapar del pupitre...me han enamorado. Necesito que esto no acabe, y cuando se apague, que quede en mi cabeza mucho, mucho tiempo.
También cruzo los dedos por dar lo mejor de mí al pueblo que me ha hecho un hueco. Sueño que ellos puedan estar tan a gusto conmigo, como yo lo estoy con ellos. Y por encima de todo deseo aprender y empaparme de la espontaneidad de Esther, del sacrificio de Elena, de la concentración de Javi, del genio de Valentina, del entusiasmo de Álvaro, de la chispa de Alberto, del esfuerzo de Andrea, del silencio de Armando, del trabajo de Patri, de la sonrisa de Tania y la generosidad de Sebi...
(Porretaaaaaaaaaaassssssssssss........)